Sommertreffen 2019
Como ya empieza a ser tradición, este año hemos vuelto a participar en la reunión de Akafliegs organizada en Alemania todos los veranos, ¡esta vez como miembros oficiales del Idaflieg! Aunque nuestro papel sigue sin ser importante, poco a poco vamos ganando experiencia y ganas de trabajar, lo que nos acerca cada vez más a nuestro objetivo de mejorar la calidad de la educación en la universidad a través de proyectos que favorezcan la aplicación práctica de todo lo aprendido en las clases.
Primer día
La expedición estaba compuesta por ocho miembros del club y, a pesar del ajetreo del viaje, llegamos sanos y salvos a la estación principal de Berlín a tiempo para coger el tren que nos llevaría hasta nuestro siguiente destino: Stendal. De hecho, llegamos tan a tiempo que pudimos comprar todo el material que nos faltaba allí mismo, aunque no tuvimos demasiado en cuenta si había sitio para tanta esterilla…
Algo más de una hora y cien kilómetros después, nuestros amigos alemanes nos dejaban frente a una inmensa explanada verde donde debíamos montar nuestra base. A pesar de nuestra vocación de ingenieros, fue más que evidente que el uso de tiendas de campaña no es uno de los conocimientos que uno adquiere en la universidad, así que tardamos bastante más de lo que nos gustaría admitir.
En cualquier caso, una vez terminada la hazaña pudimos disfrutar de una buena cena y tuvimos la oportunidad de presentarnos ante todos los que habían llegado hasta allí antes que nosotros.
Segundo día
A diferencia de otros años, esta vez el clima no tuvo tanta compasión de nosotros y comenzó un largo periodo de tres días de mal tiempo que nos dejó en tierra con todos los aviones guardados. Sin embargo, nuestro entusiasmo no se detuvo y aprovechamos todo el tiempo libre para continuar desarrollando nuestro proyecto estrella: el velero MAD-1 Rocinante que, si todo va bien, pronto surcará los cielos manchegos de Lillo y, quién sabe si los de Berlín algún día… Así que este día nos servió para situarnos y establecer los equipos que trabajarían en las diferentes tareas que nos habíamos propuesto. Por supuesto, todo esto funcionó hasta que un grupo de alemanes nos propuso pasar la tarde en una instalación de aguas termales a algo más de una hora del aeródromo, a lo que, por supuesto, no supimos decir que no.
Y ésta fue una de las sorpresas del viaje. Una hora larga después de salir aparecimos en un lugar un tanto remoto, bastante amplio y con una apareciencia que no dejaba lugar a dudas: con un aire entre a parque acuático y centro comercial, era evidente que habíamos llegado. Una vez dentro, la decoración era tan imponente como cara era la entrada aunque, visto ahora con cierta perspectiva, el lugar estuvo a la altura. Finalmente, y tras superar algunos problemas que surgieron durante la compra de los bañadores, conseguimos disfrutar de cuatro horas sin prácticamente salir del agua. Pasamos el tiempo entre piscinas de agua dulce, agua salada, burbujas, saunas más frías y saunas más calientes… Pero todo lo que pasó allí, no saldrá nunca de allí, así que solo podemos dejaros una muestra de nuestro estado de relajación:
Las cuatro horas se pasaron más rápido de lo esperado y, sin darnos cuenta, ya estábamos de camino al aeródromo otra vez. En el trayecto, uno de los coches se desvió para poder cruzar el río Elba de una forma un tanto inusual. Al parecer, en las regiones donde el río todavía no ha alcanzado todo su esplendor, existen pasos controlados por una pequeña plataforma (no creo que pueda ser considerado un barco) que cruza el río usando únicamente la fuerza de la corriente.
Una vez cruzado el río no tardamos mucho más en llegar a nuestro destino y, haciendo gala de uno de tantos estereotipos, nuestros guías alemanes habían organizado todo de forma que llegáramos justo a tiempo para la cena. Esta vez sí, nos tocó pagar un Käschtle por el buen rato que pasamos durante nuestra aventura.
Tercer día
Este nuevo día no empezó mejor que el anterior y, de hecho, no hicimos mucho que podamos contar. Cada Akaflieg se centró en sus proyectos, así que pudimos seguir mejorando nuestro diseño que, por aquel entonces, se resistía a volar de una forma más o menos controlada. Uno de nuestros miembros consiguió unirse a uno de los proyectos de otro Akaflieg y pudo trabajar con ellos en la preparación de los ensayos en vuelo que realizarían al día siguiente pero, en cualquier caso, el día se nos hizo bastante corto y sin muchas novedades.
La cena nos sirvió para cambiar un poco de aires y, al final, supimos aprovechar el poco tiempo que nos quedó mientras nuestro estómago hacía lo que podía para adaptarse a nuestra nueva dieta. Con ayuda de Chilly comenzamos a repasar los últimos detalles de la traducción al inglés del protocolo Zacher que Windy había estado preparando en los meses previos. Además, conseguimos hablar con algunos empleados del DLR que prometieron ayudarnos en el diseño de las alas de nuestro avión, lo que puso un bonito final a un día un tanto extraño.
Cuarto día
Bergfest. Y el resumen del día perfectamente podría terminar aquí, pero para evitar que alguno se pierda, daremos una explicación de lo que esto implica. Dejando a un lado la ironía, esta maravillosa palabra literalmente significa «fiesta de la montaña», y esto es así porque siempre se organiza un sábado hacia la mitad del Sommertreffen (pronto descubriréis por qué siempre cae en sábado). El caso es que fue una gran desgracia para todos ver cómo, después de varios días de mal tiempo, fue a salir el Sol justo durante el fin de semana, cuando no se programan vuelos… Así que sólo uno de nuestros socios consiguió darse un buen vuelo acrobático, mientras el resto de nosotros nos quedábamos en tierra trabajando en nuestro gran proyecto.
No fue hasta la tarde, alrededor de las 18:00, cuando empezamos a preparar todo para la noche que nos esperaba. La sala de briefing quedó casi vacía –sólo dejamos cerveza y unos buenos altavoces– y en el exterior, una piscina un tanto pequeña ya se iba viendo venir la que le iba a caer. Y así llegó la hora de cenar, el debriefing y el protocolo de los Käschtle a continuación, donde tuvimos que despedirnos de nuestros amigos de AeroDelft, que ya comenzaban su camino de vuelta a casa. Por suerte, justo antes de que la locura se desatara en el aeródromo, tuvimos la oportunidad de hablar con un tal Festus, empleado de Airbus dispuesto a echarnos una mano con el proceso de diseño y certificación de nuestro Rocinante.
… y lo que pasó después no está demasiado claro. La cerveza empezó correr, las mesas donde hacía no tanto tiempo habíamos estado trabajando se convirtieron en pequeños estadios de Beer-pong, la piscina empezó a llenarse de gente que no sabía muy bien cómo había terminado allí e incluso apareció un remolque lleno de luces que sirvió de terraza.
Las horas seguían pasando y el ritmo no iba a menos. Quizá lo más memorable fue el mote que le cayó a uno de nuestros miembros: «Mitu» desde aquel día, pero el resto de la noche no es fácil de explicar y tampoco creo que seamos capaces…
Quinto día
O mejor dicho «medio-día», ya que fue muy díficil despertarse a una hora más o menos normal. Por suerte estábamos a domingo (ahora ya lo entendéis, ¿no?) y tampoco teníamos vuelos programados, aunque nuestro aspecto y ganas de trabajar se recuperaron pronto y, desde luego, mucho antes que el de algunos de los Akafliegers que allí yacían.
Fue más que evidente que este no iba a ser el día en el que nuestros proyectos llegarían a su fin así que, tirando un poco de patriotismo, echamos una buena tarde jugando a las cartas. Pasamos por todos los juegos conocidos, e incluso conseguimos que algún que otro chico alemán se nos uniera.
Finalmente, el día pasó sin pena ni gloria con la esperanza de que el día siguiente nos permitiera volver a volar por los cielos de Stendal.
Sexto día
Y al fin llegó el esperado lunes. Las nubes se habían ido –más o menos– y el viento y la lluvia habían encontrado un sitio mejor desde el que vernos volar. Salimos de nuestras tiendas directos a por nuestro desayuno lleno de embutido, nocilla y una salsa dulce que al parecer estaba hecha a partir de «marshmallows».
Durante el briefing elegimos en qué avión íbamos a volar cada uno de nosotros y, una vez estuvo todo listo, nos dirigimos a los remolques para ayudar a montar los aviones y llevarlos a la pista. Desgraciadamente, y como sucedió varias veces más a lo largo del día, nos vimos involucrados en una especie de Torre de Babel donde todos querían trabajar pero, por alguna razón, nadie parecía tener muchas ganas de hablar en inglés, así que nos limitamos a mirar y esperar a que todos los aviones llegaran a la otra parte del aeródromo.
Los aviones empezaban a despegar. El torno giraba sin descanso y las remolcadoras sólo se detenían a repostar cuando ya no tenían más remedio. Sin embargo, la gran mayoría seguíamos en tierra, esperando nuestro turno entre gofres, galletas y montañas de botellas de Apfelschörle. Por suerte, los aviones no tardaban demasiado en regresar y, finalmente, todos pudimos subir y realizar algunos ensayos en vuelo donde medíamos el ruido en cabina a diferentes velocidades. Puede que parezca algo sencillo, pero más de uno terminó vomitando con tanto movimiento y, creednos, ser piloto no tiene nada de glamuroso cuando se trata de limpiar un avión después de un incidente así.
El Sol se despidió antes de lo que todos hubiéramos deseado y el baile de aviones se repitió justo a la inversa. En menos de una hora todos estaban guradados en sus remolques, con las alas plegadas, recuperándose del día que ya se terminaba y preparándose para el siguiente. Colocamos las mesas y empezamos a cenar. Sabíamos que ese era nuestro último día allí y que veinticuatro horas más tarde estaríamos haciendo exactamente lo mismo en algún local de Berlín, así que hemos de reconocer que no fue la cena más alegre de la semana. Así, tras el ritual de todos los días, pagamos un Käschtle más por la gran semana que habíamos disfrutado en Stendal y nos dirigimos a la oficina a pagar todas las cervezas que nos habíamos bebido a lo largo de nuestra estancia.
Séptimo día
Amaneció bastante pronto para nosotros que, con bastante sueño encima, teníamos que desmontar y guardar todas las tiendas. La respuesta a cómo lo hicimos queda fuera de nuestro alcance, pero el caso es que, a pesar del sueño y la clara inexperiencia del grupo, fuimos capaces de dejar todo limpio y llegar tan sólo cinco minutos tarde al desayuno. Nuestro Presi aprovechó para comer los últimos waffeln del verano y, poco después, nos encontrábamos de nuevo en la estación de tren de Stendal.
El tren fue bastante rápido. Los asientos en los que viajábamos no favorecían especialmente la comunicación, así que pasamos la mayor parte del trayecto contando avioncitos. Únicamente el revisor tuvo el valor de interrumpirnos en nuestra tarea a escasos minutos de Berlín, por lo que ya aprovechamos para hacer recuento de lo que llevábamos encima y nos preparamos para salir. El tren fue tan puntual al llegar como lo fue al dejar atrás Stendal, así que seguimos nuestro plan y pedimos dos Uber que, con una puntualidad mucho más relajada, nos llevaron hasta el hostal donde pasaríamos la noche. Y decimos la noche porque el resto del día lo dedicamos a explorar la ciudad. El conteo es un poco dudoso y varía según la fuente, pero diremos que en total hicimos cerca de treinta kilómetros por las calles de la capital alemana, uniendo los restos del muro con el monumento a los judíos, el supuesto búnker de Hitler, la puerta de Brandemburgo y el Checkpoint Charlie.
Y tras nuestro tour, comenzó la búsqueda de un lugar para cenar. A pesar de ser una ciudad grande y, como algunos rankings anuncian, llena de ambiente nocturno, lo cierto es que no fue tan fácil encontrar un sitio donde reponer fuerzas sin perder todos los ahorros del verano. Finalmente llegamos a una hamburguesería en el extremo opuesto de la ciudad con un ambiente sorprendentemente familiar al que habíamos encontrado durante nuestra estancia en el aeródromo. Las mesas estaban hechas con tablones de madera y los asientos, si es que había, eran bancos o incluso barras de metal. Sin embargo, todo era mera decoración y hemos de decir que las hamburguesas estuvieron deliciosas.
El regreso al hostal fue otra aventura con final agridulce. En un intento por ahorrar algo de dinero y evitar esperar otra vez a un Uber, decidimos buscar un coche de carsharing y hacer el viaje de vuelta por nuestra cuenta. El plan era dividirnos en dos grupos y llegar al hostal en dos viajes así, en lo que el primer grupo llega, el segundo habría avanzado haciendo que el segundo viaje sea más corto. El problema es que la teoría nunca tiene en cuenta los factores más importantes y, tras unas cuantas salidas perdidas, calles en dirección prohibida y semáforos en rojo, el primer grupo llegó al hostal cuando el segundo ya había recorrido más de la mitad del camino. En cualquier caso, aunque la jugada no nos salió como esperábamos, ganamos una buena experiencia de conducción en la noche berlinesa.
Octavo día
12:25 era la hora objetivo. En ese instante, si todo iba bien, estaríamos despegando para reecontrarnos, horas más tarde, con nuestro soleado país. Todos sabemos que esos horarios nunca se cumplen, que las puertas de embarque se abren cuando deberían estar llamando a los últimos pasajeros más rezagados y que, entre unas cosas y otras, al final el avión tarda otros quince minutos más en empezar a moverse. Sin embargo, nadie quiere perder su vuelo así que no seríamos nosotros quienes pusieran a prueba la puntualidad de nuestra aerolínea.
El desayuno no estuvo nada mal: fruta, tostadas, cereales, tomates, zumo, leche, café, té… Después de la semana que llevábamos fue una alegría para todos poder empezar el día de aquella forma, y más aún con las ajetreadas horas que vendrían después. La llegada al aeropuerto, divididos nuevamente en un Uber y un car2go, estuvo más o menos libre de contratiempos y, excepto por un pequeño susto a la llegada al parking, nuestras maletas –con todas las tiendas y esterillas dentro– entraron en la bodega del avión sin más complicaciones.
Si queréis saber más detalles sobre nuestro viaje o si pensáis que podéis ayudarnos con nuestros proyectos, ¡no dudéis en poneros en contacto con nosotros! Quizás seáis vosotros los que contéis todas estas aventuras el próximo año…